EL CABALLO.
Había un hombre que tenía un caballo muy hermoso como el que montaba Obatalá y él donde quiera que llegaba hacía alarde de poder y de gran sabiduría, un día yendo por el camino se encontró a un muchacho que le quiso aconsejar la forma de cuidar su caballo, pero éste le dijo, que cosa usted me va a enseñar a mi que soy Osalo Fobeyo. Soy el hombre que más conocimiento tiene en esta comarca. Por este motivo el muchacho, que era Elegbara, se disgustó por la forma que lo trató y dijo, a éste le prepararé una trampa para enseñarle quien soy yo.
Un buen día Osalo Fobeyo tuvo que ir a la tierra Arara, sacó su caballo del potrero y lo amarró a una mata que estaba cerca de una laguna y había pasto a su alrededor y así lo dejó, Osalo Fobeyo fue para el campo Arara y el caballo como estaba amarrado fue dando vueltas a la mata y se fue apretando. Tantas fueron las vueltas que el caballo dio alrededor de aquella mata que llegó un momento que no podía moverse y apenas respirar, y como él no tenía inteligencia llegó el momento que se estranguló y se ahogó. Las tiñosas comenzaron a rondar el lugar denunciando así la muerte del caballo y así la gente de aquel pueblo vio que este hombre no supo cuidar lo suyo por abandono y desobediente.
Cuando el hombre llegó a donde estaba su caballo vio todo cuanto había perdido que era lo que más apreciaba por no haber oído consejos.
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