EL NIÑO Y EL ANIMAL FEROZ.
En un pueblo había un feroz animal que tenía aterrado a todos los habitantes de los alrededores. Con frecuencia ocasionaba muertes, la última de ella resultó una infeliz mujer que fue a la selva en busca de leña para lumbre. Esa mujer tenía un pariente, un muchacho, casi un niño, que al oír la desgraciada noticia, se puso a reflexionar: si no es vencida esa fiera, cualquier día mi madre se podrá hallar entre sus terribles garras. De la meditación pasó a los hechos; tomó una lanza, un arpa del país y con esos instrumentos se encaminó al bosque en busca de la fiera. Estaba junto al río cuando vio acercarse al terrible animal, éste al ver al niño, le preguntó: ¿qué haces en mi reino sin temblar? El niño, impávido, respondió: soy hijo del pueblo cercano y vine a cazar pequeños animales. Pero ¿para qué tienes esos pequeños instrumentos? Preguntó la fiera, que parecen inofensivos, el niño contestó: para alegrar mi soledad con la música. Curiosa la fiera, entonces le dijo: pues, mi amigo, mientras yo me baño, tú tocas ese instrumento. Dicho esto se zambulló en el río, mientras el niño arrancaba melodiosos sonidos a su arpa, el animal se extasió escuchando tan delicada música y el niño aprovechó su enternecimiento para preparar su arco y flecha. Le arrojó el venablo que hirió mortalmente a la fiera en el corazón. Contento con su triunfo el niño regresó al pueblo y avisó a los pobladores el triunfo sobre el feroz animal, para que fueran a disfrutar su triunfo con él. En el pueblo no le creyeron, nadie podía creer que un niño tuviera tanta valentía. Mayor fue la sorpresa cuando llegaron al río, los curiosos pudieron comprobar que yacía el temido animal con la flecha clavada en el corazón.
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